Cómo hemos llegado hasta aquí

La historia de Finca El Rincón de Lanzarote se remonta a más de 100 años atrás. La finca fue comprada por Pancho Cabrera, en los años 20 del siglo pasado, para poner en marcha una explotación agrícola y ganadera. Inicialmente se trataba de una construcción muy pequeña, junto a un aljibe. Que, poco a poco, se fue ampliando, con los beneficios que se fueron obteniendo de los cultivos. Durante décadas, estas tierras dieron trabajo a gran número de personas de la isla, e incluso de otras islas. Hasta que en los años 50 la familia se trasladó a otra casa, muy cerca de aquí.

 

La finca permaneció abandonada durante casi medio siglo. Fue en 2016 cuando sus actuales propietarios decidieron recuperarla,  trabajando en la restauración de las distintas estancias, con la intención de crear un espacio único en la isla, en el que conviva tradición y modernidad.

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La recogida de la cosecha 

Entre los años 20 y 50 del siglo pasado, en la época de mayor producción de la finca, se plantaban en ella fundamentalmente tomates. Durante las semanas de cosecha, el trabajo era abundante, y aquí se reunían muchos trabajadores de la isla, e incluso de otras islas.

De Gran Canaria acudían por ejemplo todos los años un grupo de empaquetaduras. Chicas jóvenes que estaban entrenadas para empaquetar las piezas de fruta a gran velocidad, sin dañar su delicada piel.

Todos estos trabajadores compartían un gran almacén para descansar al caer la noche. Y, cada año, Don Pancho les ofrecía un cerdo, que había criado a lo largo del año para este fin, con el objetivo de que repusieran sus fuerzas. 

Una vez terminada la cosecha, los camellos llevaban las cajas de madera cargadas de tomates al puerto, donde embarcaban a los más variados destinos. Una parte muy importante acababa en el Mercado del Borne, en Barcelona. Desde donde eran distribuidos a otros puntos de España, o incluso Europa.

 

El amor en los viejos tiempos

Antiguamente, las parejas se casaban a edad mucho más temprana que en la actualidad. Por lo cual, los jóvenes enamorados necesitaban buscar momentos y espacios para conocerse. Y acabar de decidirse a dar el gran paso.

El problema era que, en la Lanzarote de hace 70 años, encontrar estas ocasiones no era nada fácil. No solo moverse entre era más complicado que hoy en día, y que en ellos apenas hubiera lugares donde dos jóvenes pudieran estar tranquilamente. El principal inconveniente para estos encuentros se encontraba en la férrea moral de la época. Resultando para muchas familias inconcebible que una pareja de novios estuvieran a solas y sin control durante largos periodos de tiempo, antes del matrimonio.

La forma de intentar contentar a todo el mundo era mediante la organización de encuentros en «zonas controladas». Así, por ejemplo, a las hijas de Don Pancho se les habilitaba una habitación para quedar con sus correspondientes pretendientes. La puerta de esta habitación se entornaba lo suficiente como para dar intimidad a los tortolitos, pero no tanto como para que estuvieran completamente ocultos. De hecho, cada cierto tiempo, un adulto pasaba frente a la puerta… como de casualidad.

Esta historia nos la contó Rafael Cabrera, quien sonreía al recordar cómo a veces, siendo un niño, ofrecía «servicios» a los novios (por ejemplo, una vela), a cambio de una moneda.

Esta habitación estaba donde actualmente se encuentra el baño pequeño de la casa principal. Y en ella por lo tanto está el origen de varias familias que ya forman parte de la historia de la isla.

 

Historias de bandidos

Antes de la llegada del turismo, Lanzarote era una isla muy pobre. En determinadas épocas la población llegaba a pasar hambre, y esto provocó que una parte importante de la misma emigrara a otras islas y a sudamérica, sobre todo a Venezuela. Y esto también produjo que, en algún momento (muy pocas veces en realidad), hubieran bandidos.

Un día, en los años 40 del siglo pasado, Don Pancho Cabrera, el anterior propietario de la finca, fue a hacer negocios al pueblo de Tao. Su intención era regresar con el dinero obtenido, montado en su yegua. Para lo cual una persona le aconsejó que tomase un recorrido de vuelta alternativo, y no tan frecuentado, porque se decía que merodeaban bandidos por la zona. 

Pues bien, justo en el recorrido sugerido, esperaban los bandidos a Don Pancho. En primer lugar apareció uno tras un muro y quiso entretenerlo con excusas. Luego, dos más, entre ellos una mujer, saltaron de detrás de unos matorrales y, cogiendo de las bridas a su caballo, comenzaron a exigirle que mostrara todo cuanto llevaba.

No se sabe si presa del miedo, o en un arranque de valentía, Don Pancho reaccionó dando un fuerte latigazo con la fusta a uno de ellos. Y, clavando con fuerza las espuelas a su caballo, logró zafarse de sus captores. Cuando apenas había logrado distanciarse unos metros, un disparo sonó detrás de sí, y Don Pancho sintió silbar junto a él la bala que le perdonó la vida.

Días después, la marca de la fusta permitió identificar  a uno de los ladrones. Y, con él, al resto de la banda. 

La historia de Finca El Rincón de Lanzarote se remonta a más de 100 años atrás. La finca fue comprada por Pancho Cabrera, en los años 20 del siglo pasado, para poner en marcha una explotación agrícola y ganadera. Inicialmente se trataba de una construcción muy pequeña, junto a un aljibe. Que, poco a poco, se fue ampliando, con los beneficios que se fueron obteniendo de los cultivos. Durante décadas, estas tierras dieron trabajo a gran número de personas de la isla, e incluso de otras islas. Hasta que en los años 50 la familia se trasladó a otra casa, muy cerca de aquí.

 La finca permaneció abandonada durante casi medio siglo. Fue en 2016 cuando sus actuales propietarios decidieron recuperarla,  trabajando en la restauración de las distintas estancias, con la intención de crear un espacio único en la isla, en el que conviva tradición y modernidad.

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